El COVID-19 no tiene género, pero lo que sí tiene es un protagonismo indeseado en la vuelta al cole. Si bien los niños ocupan ya sus pupitres desde comienzos de mes, el debate sobre la conveniencia de la enseñanza presencial sigue abierto.
Padres, educadores, autoridades sanitarias y educativas… el rompecabezas de criterios es complejo per se. Pero en el caso de alumnos con algún tipo de discapacidad, la complejidad se acrecienta ante la dificultad para cumplir con rigor las medidas de seguridad.
Este es un nuevo capítulo en la educación, cuyo prólogo se escribió hace meses, durante el estado de alarma y la consiguiente suspensión de las clases presenciales. Distintas asociaciones denunciaron entonces el abandono formativo sufrido por los niños con discapacidad durante la pandemia, ya que requieren una atención constante del profesorado que difícilmente se les puede hacer llegar por vía telemática.
Muchas asociaciones, con antelación, se han puesto manos a la obra para velar por una vuelta segura a las aulas.
Cada persona con discapacidad requiere que se apliquen pautas específicas. Por ejemplo, los padres de niños con discapacidad intelectual o TEA ponen el acento en el problema de que sus hijos requieren más tiempo de asimilación de nuevos protocolos. Un niño con autismo, por ejemplo, tenderá a quitarse la mascarilla en el transporte escolar si no está tutelado por un adulto en esos momentos.
En el caso de la discapacidad visual, se trata de niños que “ven tocando y ahora no se pueden tocar”, como declara Carmen de Miguel, directora pedagógica del Centro de Recursos Educativos de la ONCE. Si este cambio de comportamiento es difícil de asimilar para un invidente adulto, para un niño es un gigantesco reto. Y hablamos de un colectivo de casi 7.300 estudiantes ciegos y con discapacidad visual grave de toda España.
No podemos olvidar tampoco a los niños con discapacidad auditiva, pues con las mascarillas se impide que puedan leer los labios de compañeros y profesores. Para ellos, se están ya fabricando mascarillas con una “ventana transparente” y cuya homologación se solicita desde diferentes asociaciones.
Por último, recordamos la magnitud del problema de la discapacidad infantil: casi un 20% de las familias españolas tiene un hijo con discapacidad. Y en este nuevo escenario incierto, debemos multiplicar los esfuerzos para dedicar más tiempo a apoyar a estos niños para su vuelta al cole con la mayor normalidad.